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jueves, 31 de enero de 2019

El Cervino, la pirámide perfecta.



Aunque forma parte de los Alpes Centrales, el monte Cervino se yergue solo, sin ningún otro a su lado. Por eso ofrece una vista tan espléndida desde cualquier punto y es tan fotogénico. Quienes dicen que el Cervino tiene forma de obelisco, tienen razón. Sus cuatro caras están orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, y cada una tiene su propia cima. A pesar de su gran altura, el Cervino no siempre está cubierto de nieve. A finales de la primavera, sus escarpadas paredes rocosas de la parte superior pierden su manto de nieve y hielo bajo el calor del Sol. Pero más abajo, los glaciares del este y el noroeste forman durante todo el año un cinturón blanco alrededor de la montaña. En julio de 1865, tres expediciones de alpinistas se encontraron por casualidad en Zermatt. Las tres estaban resueltas a escalar el Cervino. Apremiadas por el tiempo, ya que parecía que un grupo italiano se les había adelantado, las tres expediciones decidieron formar una cordada, es decir, un solo grupo de alpinistas sujetos por una misma cuerda. Eran siete hombres: Edward Whymper y lord Francis Douglas, Charles Hudson y su joven amigo Hadow —todos ellos ingleses—, más dos guías suizos y uno francés que consiguieron contratar. Partieron de Zermatt el 13 de julio por la mañana, se acercaron sin prisas a la montaña desde el este y, ya que la parte inferior fue relativamente fácil de escalar, montaron su tienda a una altitud de 3.300 metros y disfrutaron tranquilamente del resto de aquel día soleado.


Al día siguiente, el 14 de julio, empezaron la escalada antes del amanecer. Solo necesitaron la cuerda en contadas ocasiones. Algunas partes eran más difíciles que otras, pero fueron encontrando la manera de sortear los obstáculos. Después de dos períodos de descanso, llegaron a la zona decisiva. Los últimos 70 metros consistían en un campo de nieve, y a la 1.45 de la tarde alcanzaron la cima. ¡Se había conquistado el monte Cervino! En ninguno de los dos picos había señal de presencia humana, de modo que por lo visto eran los primeros. ¡Qué sensación! Durante una hora, la victoriosa expedición disfrutó de la impresionante vista en todas direcciones y, a continuación, se dispusieron a descender. Los italianos que intentaron el ascenso aquel mismo día se quedaron muy atrás y, al darse cuenta de que habían perdido la carrera, regresaron. Pero la victoria de los escaladores iba a costarles un alto precio. 


En el descenso, cuando llegaron a un trayecto difícil, formaron una cordada y el guía de más experiencia condujo la expedición. A pesar de las precauciones, el expedicionario más joven resbaló y cayó sobre el hombre que estaba abajo, arrastrando con él a los de arriba. Alarmados por un grito, los otros tres hombres pudieron sujetarse en unas rocas. Pero la cuerda se rompió y los cuatro primeros cayeron al precipicio. Paralizados, Edward Whymper y los dos guías suizos quedaron en una posición difícil. Aquella noche tuvieron que instalar un campamento provisional debido a que no pudieron regresar a Zermatt hasta el día siguiente. La gloria de aquel día se convirtió en un desastre que dejó una huella profunda en los sobrevivientes por el resto de su vida. Más tarde recuperaron tres de los cuatro cadáveres en un glaciar situado 1.200 metros más abajo del lugar del accidente. El cuarto, el de lord Douglas, jamás fue hallado.


Estas no fueron las últimas personas que perdieron la vida en las laderas del Cervino. A pesar de que se han anclado cuerdas en la roca a lo largo de las diversas rutas de ascenso, así como en las paredes rocosas y las estrechas grietas, y a pesar de que los alpinistas tienen mucha más experiencia y cuentan con equipos mejores, tan solo en esta montaña han muerto unas seiscientas personas.

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