La amapola es una flor salvaje y delicada. Tiñe los campos
del rojo vivo de sus pétalos hasta donde alcanza la vista, formando oleadas y
surcos que nacen en los bordes de las carreteras. Su extrema fragilidad, nos hace pensar, que
las manos del hombre la asustan. Si la arrancamos, rápidamente se descompone y
es, sin duda, su llamativo color el que
nos atrae. Así se convierte en fuente de inspiración para pintores
impresionistas como Van Gogh (“Campo de amapolas”, 1890) o Claude Monet,
que llena de luminosidad su “Campo de amapolas cerca de Argenteuil”(1873).
Siempre se advierte de que no debemos confundir la Papaver rhoeas, es
decir, la amapola silvestre, con la Papaver somniferum (adormidera u opio) que,
aunque del mismo género, pertenece a otra especie y sus características son
bien distintas. No obstante, tal vez por esa afinidad, la amapola silvestre
también se la relaciona con la relajación y el sueño. Esta peculiaridad no la
ignoró el escritor estadounidense L. Frank Baum, autor de la novela “El
maravilloso mago de Oz” (1900) -más conocida por la película- cuando decide que
su protagonista, Dorothy, se quede
dormida en un campo de amapolas.
Es flor de vida eterna para los egipcios, de amor para los persas, de ofrenda a los dioses para los
romanos…Una leyenda más dramática es la que nos proporciona la mitología
griega. Se cuenta que la diosa Perséfone, hija de Zeus y Deméter, mientras
recogía amapolas en el campo, fue raptada por Hades, dios del mundo
subterráneo, y llevada al inframundo. Otra
historia metafórica y real a la vez, es la que asocia la amapola a la sangre
derramada por los soldados muertos en el campo de batalla. La primera
observación se hizo en aquellos lugares donde tuvieron lugar las guerras
napoleónicas. Las amapolas crecían por estos campos y cubrían de rojo el
paisaje en primavera. Pero quien creó y difundió la leyenda de estas amapolas de sangre fue el canadiense,
teniente coronel, John McRae (1872-1918), médico y poeta que participó en la
Primera Guerra Mundial y que, tras el
entierro de su amigo y discípulo Alexis Helmer, escribió con
dolorido apremio, un estremecedor poema que se convertiría en un recuerdo
permanente de los muertos en combate (“En los campos de Flandes”). La
composición se hizo célebre y la amapola se convirtió en el emblema de los
fallecidos. Así, el día del aniversario del armisticio, el 11 de
noviembre (Remembrance Day ,Día del Recuerdo o también llamado Poppy Day ,Día
de la amapola), los británicos se colocan una amapola -poppy- de papel, en
recuerdo de los caídos en la Primera Guerra Mundial. Con ella también
conmemoran a otros soldados que perdieron la vida en conflictos posteriores,
como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de las Malvinas o la Guerra del
Golfo. Las poppys son confeccionadas por los veteranos y vendidas por
representantes de la Real Legión Británica, una organización formada por
supervivientes de todas las guerras.
https://www.youtube.com/watch?v=FV0QPKHmDVE
Hola Vicenç, aquí tienes muy buen material y mucho mejor que la que has subido a FN... a mí también me pasa mas de una vez.
ResponderEliminarsalut
joan
Beautifully captured light.
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