Aquella noche de luna llena, decidí realizar una nocturna de
“Moraine lake”, un circo de montañas espectaculares, imagen icónica de Canadá.
El lugar suele encontrarse muy concurrido de turistas y fotógrafos de todo el
mundo y así lo pude comprobar. Una semana antes, me desesperé cuando un grupo
organizado de fotógrafos japoneses, armados con todo tipo de tecnología, me
rodearon sin compasión y con muy poco respeto hacia mi trabajo.
Llegue, justo cuando la luna comenzaba a despuntar y cual
fue mi sorpresa al descubrir que se
encontraba totalmente desierto. Incluso el pequeño lodge estaba cerrado y el
embarcadero vacío. Una nota en la puerta anunciaba el final de la temporada. Empecemos por recordar que
toda la zona se encuentra llena de carteles de grandes dimensiones que avisan
de la peligrosidad de la vida salvaje y en particular de los osos que habitan
en esos bosques, obligando a los
caminantes a adentrarse por las rutas establecidas, en grupos de más de
cuatro persona y si no es así, de las fuertes sanciones económicas que nos
pueden aplicar. Tras una breve reflexión, me pongo en marcha
trepando por un conjunto de grandes piedras y descendiendo hasta llegar al
agua. Trípode, cámara, objetivos, cable disparador… todo preparado cuando… a
través de aquel inmenso silencio que me rodea, se escucha un chapoteo intenso
y continuado que se acerca hacia mi. Nunca había desmontado el equipo con tanta velocidad.
Colocado en la mochila salgo corriendo, trepando por el enorme bloque de
piedras y no paro de correr hasta llegar al coche. Una vez en su interior lo
pongo en marcha y … “Ostras” (por ser fino), como me voy ha ir. Estoy en uno de
los lugares más bellos del mundo, con una luna llena fantástica, el equipo
preparado… “maldita sea”.
Salgo del vehículo con un plan. Suelo llevar siempre varios
frontales y alguna linterna de mano. Las enciendo y me las coloco en la cabeza
y los brazos, iluminando en varias
direcciones. Teléfono a tope a modo de altavoz, reproduciendo las
canciones que llevo grabadas y… a cantar.
Aquella noche me la pasé cantando y bailando entre focos de
discoteca, disparo tras disparo bajo un cielo estrellado, como aquellas bolas
de cristalitos que se colgaban en las discos de mi época.
Por la mañana, tras las primeras luces, aún cantando pero
resacoso, tras una fiesta desenfrenada, aparece un fotógrafo japonés que a
distancia me mira con cara de sorpresa. Fin de fiesta. Curiosamente,
el grupo que lo acompañaba, extrañado, no quiso acercarse y pude disfrutar de un fantástico
amanecer con total libertad.
Tendría que haber comenzado escribiendo aquello de… “esto no
debes de hacerlo nunca” pero, cuando todo parece un producto de tu imaginación…
o no... queda en una simpática anécdota que relatar.
Jo hi vaig anar fa molts anys, quan encara no feia fotos. Vull i penso tornar alguna vegada amb la càmera. Una de les coses que m'havia plantejat és el tema de sortir sol per la nit amb la fauna salvatge. Ara ja m'has donat la clau per fer-ho de manera segura.
ResponderEliminarBona història :-)
jjejejej... molt bona
ResponderEliminarEl riesgo de una buena foto no vale para ser la merienda de un oso
salut
joan
Beautiful pictures.
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