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jueves, 4 de febrero de 2016

Anécdotas de un fotógrafo de naturaleza: noches de discoteca.

Aquella noche de luna llena, decidí realizar una nocturna de “Moraine lake”, un circo de montañas espectaculares, imagen icónica de Canadá. El lugar suele encontrarse muy concurrido de turistas y fotógrafos de todo el mundo y así lo pude comprobar. Una semana antes, me desesperé cuando un grupo organizado de fotógrafos japoneses, armados con todo tipo de tecnología, me rodearon sin compasión y con muy poco respeto hacia mi trabajo.


Llegue, justo cuando la luna comenzaba a despuntar y cual fue mi sorpresa al descubrir que  se encontraba totalmente desierto. Incluso el pequeño lodge estaba cerrado y el embarcadero vacío. Una nota en la puerta anunciaba el final  de la temporada. Empecemos por recordar que toda la zona se encuentra llena de carteles de grandes dimensiones que avisan de la peligrosidad de la vida salvaje y en particular de los osos que habitan en esos bosques, obligando a los  caminantes a adentrarse por las rutas establecidas, en grupos de más de cuatro persona y si no es así, de las fuertes sanciones económicas que nos pueden aplicar. Tras una breve reflexión, me pongo en marcha trepando por un conjunto de grandes piedras y descendiendo hasta llegar al agua. Trípode, cámara, objetivos, cable disparador… todo preparado cuando… a través de aquel inmenso silencio que me rodea, se escucha un chapoteo intenso y continuado que se acerca hacia mi. Nunca había desmontado el equipo con tanta velocidad. Colocado en la mochila salgo corriendo, trepando por el enorme bloque de piedras y no paro de correr hasta llegar al coche. Una vez en su interior lo pongo en marcha y … “Ostras” (por ser fino), como me voy ha ir. Estoy en uno de los lugares más bellos del mundo, con una luna llena fantástica, el equipo preparado… “maldita sea”.
Salgo del vehículo con un plan. Suelo llevar siempre varios frontales y alguna linterna de mano. Las enciendo y me las coloco en la cabeza y los brazos, iluminando en varias  direcciones. Teléfono a tope a modo de altavoz, reproduciendo las canciones que llevo grabadas y… a cantar.
Aquella noche me la pasé cantando y bailando entre focos de discoteca, disparo tras disparo bajo un cielo estrellado, como aquellas bolas de cristalitos que se colgaban en las discos de mi época.
Por la mañana, tras las primeras luces, aún cantando pero resacoso, tras una fiesta desenfrenada, aparece un fotógrafo japonés que a distancia me mira con cara de sorpresa. Fin de fiesta. Curiosamente, el grupo que lo acompañaba, extrañado, no quiso acercarse y pude disfrutar de un fantástico amanecer con total libertad.



Tendría que haber comenzado escribiendo aquello de… “esto no debes de hacerlo nunca” pero, cuando todo parece un producto de tu imaginación… o no... queda en una simpática anécdota que relatar.

3 comentarios:

  1. Jo hi vaig anar fa molts anys, quan encara no feia fotos. Vull i penso tornar alguna vegada amb la càmera. Una de les coses que m'havia plantejat és el tema de sortir sol per la nit amb la fauna salvatge. Ara ja m'has donat la clau per fer-ho de manera segura.
    Bona història :-)

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  2. jjejejej... molt bona

    El riesgo de una buena foto no vale para ser la merienda de un oso

    salut
    joan

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